Coaching Ejecutivo

El coaching, como proceso socrático que es, se desarrolla a partir de un diálogo a dos bandas: el coach (individuo que obra como soporte y estimulador del proceso) y el coachee o cliente (persona deudora de un mejor desempeño profesional o estado emocional). El primero, empleándose a partir de preguntas, trata de propiciar en el segundo que sea él quien establezca sus propias metas, comprometiéndose con ello en su  consecución.

El procedimiento, concretado a modo de charla entre socios que persiguen lo mejor para el coachee, se debiera acompañar de la mano de un “sabio en el arte de vivir”.

Un sabio, que, empeñado en favorecer su desarrollo, le ayudará en la definición de sus áreas de mejora;  de sus metas y objetivos (inexplorados por la ausencia de definición); de valores que, en el respeto de lo que representan para él, debieran estar siempre presentes en cualesquiera de sus elecciones vitales (tanto profesionales como  personales); restando, por último, la ejecución planificada.

El coaching se justifica en la acción; persiguiendo metas se debiera alcanzar equilibrio y plenitud. Somos lo que hacemos: a veces  palabra; otras,  servicio o  regalo, y muchas, compañía y ánimo reconfortante.

El coaching ejecutivo, refiriéndose con exclusividad al ámbito profesional, parece que debiera dejar en un segundo plano la vertiente personal; pero, ¿cómo dirigir a otros  cuando se es incapaz de hacerlo con uno mismo?

No creo en el coaching ejecutivo que, haciendo sola referencia a  habilidades profesionales,  presentan como ajenos al resto de planos vitales: personal, familiar, y social. Por el contrario, cuando el soporte y ayuda brindados contemplan además a la persona en su integridad, sí que aprecio que nos encontramos ante una herramienta  poderosa.

No obstante, y siendo poderosa, necesita de una mente y mano maestras que, de no presentarse, invalidarían el proceso; de ahí la necesidad de un “sabio en el arte de vivir”.

Sabiduría, que no se capta con la sola concurrencia de cursos y certificados, y que, en algunas ocasiones, ni  se antoja determinante. Vivir, orientar, apoyar, animar, atisbar, y muchos infinitivos más, necesitando  de entendimiento, requieren, sobre todo, de vivencia.

Vivencia, humedecida por la lluvia fina y constante de un discurrir vital reflexionado. El aluvión no es la respuesta. El papel directivo requiere de la persona en su calidad de jefe que apoye, anime, oriente, ayude, explique, respete, dignifique en su trato, juzgue con justicia…, a todos cuantos le rodean.

Tamaña empresa no se puede encarar  desde la sola perspectiva profesional. Es necesaria una visión holística de la persona, y es ahí, donde el coaching ejecutivo adquiere su auténtica dimensión.

Santiago Ávila, Socio Director Executives On Go

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